Honor
Me
puse mi mejor traje, cogí la pistola de la mesilla de noche y me encendí un
cigarrillo. Desde mi habitación se podían oír perfectamente los llantos de mi madre.
Salí del cuarto y miré la habitación, ya vacía, de mi hermana pequeña. Caminé
despacio hasta ella y abrí la puerta. Sus hermosos ojos verdes parecían mirarme
desde la foto de su mesilla de noche. Era del día de su boda. Nunca la había
visto tan hermosa. Di una fuerte calada a mi cigarro y vi como, al exhalar el
humo, este chocaba con el cristal de la foto formando una bonita nube a su
alrededor. Una tímida lágrima comenzó a humedecerme el ojo, lancé la foto
contra la pared y el fuerte estruendo provocó que mi madre sollozase mucho más
fuerte, de forma que su llanto resonaba en toda la casa. Salí de la habitación
con grandes zancadas, dispuesto a solucionar todo aquello de una vez por todas.
Al pasar ante la habitación de mi madre pude escuchar nítidamente: «¿Qué ha
hecho mi niña? ¿Qué le han hecho a mi pequeña?». Esas palabras fueron
definitivamente las que me ayudaron a tomar la decisión. El honor de la familia
estaba roto. Lo único que se podía hacer ya era vengarse de quien se atrevió a
romperlo. Bajé las escaleras de dos en dos, me subí a mi moto y, sin acordarme
siquiera del casco, la arranqué y salí a toda velocidad hasta el centro de
Madrid.
Un
wasap sonó en mi teléfono. «Estoy llegando, linda, ábreme la puerta». Era
Quique, mi amado hermano Quique. Seguro que él lo solucionaba todo. Era muy
impulsivo, pero siempre encontraba una solución para todos los problemas. Me
sequé las lágrimas con un pañuelo y me miré al espejo, tenía todo el rímel
corrido a causa del llanto. Había estado llorando toda la noche. Quique llamó a
la puerta con los nudillos. Fui a abrirle la puerta de puntillas para no
despertar a Manuel, el pobre se quedó dormido en el sofá mientras yo le contaba
mis penas.
Se
abrió la puerta y la vi. Mi pequeña hermana, despeinada, con el maquillaje
mezclado por toda su cara. No se parecía en nada a la dulce chica de la foto de
su mesilla. Iba a decir algo, pero le tapé los labios con mi dedo índice. Pude
ver cómo esbozaba una pequeña sonrisa. A pesar de su horrible aspecto, seguía
siendo hermosa cuando sonreía. La miré a los ojos y luego pude ver de reojo la
figura de Manuel, durmiendo, tumbado en el sofá, sin darse cuenta de lo que
acababa de provocar. Saqué lentamente la pistola del bolsillo interior de mi
chaqueta y la dejé apoyada en mi pecho para que ella la pudiese ver. Sonrió.
Vi
como sacaba la pistola del interior de su chaqueta. Puede que fuera una
solución un poco drástica, pero así se arreglaban las cosas en mi familia. Así
las arreglaba Quique. Sonreí y asentí con la cabeza. Por fin ese hijo de puta
pagaría por lo que había hecho. Por lo que llevaba años haciéndome.
Su
sonrisa me calmó. A pesar de todo, ella sabía perfectamente lo que había que
hacer. Sonreí y unas lágrimas de orgullo resbalaron por mi cara. Había
abandonado a su marido para irse a vivir con su amante y era consciente de que
solo había una forma de recuperar el honor de la familia. La abracé con mi mano
izquierda mientras la derecha seguía sosteniendo el arma.
Me
abrazó con su brazo izquierdo y, de pronto, me sentí a salvo. Como cuando me
caía siendo una niña y me levantaba con sus fuertes brazos. Ese era mi hermano.
Noté un fuerte ruido, pensé que el arma se había disparado por accidente, pero
entonces lo escuché una vez más y otra y otra vez. Tosí y vi cómo un montón de
sangre salía de mi boca, manchando el hombro de mi hermano. Me separé de él al
tiempo que la fuerza abandonaba mis brazos, «¿por qué?», solo le pude decir, «¿por
qué?». Luego, todo desapareció.
Apreté
el gatillo repetidamente hasta vaciar el cargador del arma y, de pronto, dijo
algo que me dejó totalmente desconcertado: «¿Por qué?». Fue un simple susurro
apenas audible, pero ahí estaba, resonando fuertemente en mi cabeza. «¿Por qué?».
Tiré el arma y agarré su cara con las manos. «¿Qué quieres decir?», «¡tú sabes
por qué!». Pero sus ojos ya estaban vacíos. Esos hermosos ojos verdes, antes
tan llenos de vida, ahora estaban vacíos. Miré alrededor intentando encontrar
respuestas y vi a Manuel, de pie, con una expresión de horror en su rostro.
Manuel, siempre amigo de mi hermana. Manuel, quien, a pesar de no pertenecer a
nuestra cultura, entendía perfectamente sus costumbres. Manuel, que nunca había
tenido novia porque estaba claramente enamorado de mi hermana. Pero algo no
estaba bien, Manuel no paraba de mirarme negando con la cabeza. Miré a mi
alrededor intentando comprender, algo no estaba bien…, lo notaba, pero no
lograba verlo. Giré la vista hacia el inerte cuerpo de mi hermana y vi que su
vestido se había movido al caerse dejando a la vista un gran moratón en el
brazo. Al mirar de nuevo a Manuel pude ver un pequeño tatuaje de un corazón en
el dorso de su muñeca, tenía los colores del arcoíris.
Este relato está incluido en el libro "El mes más largo solo tiene 31 días" https://www.agulleiro.es
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