Padre e hijo

Cierro los ojos y lo veo. Aún hoy, veinte años después, sigo viendo la mirada de mi padre totalmente fuera de sí mientras se sacaba el cinturón con actitud amenazante. Nunca llegó a utilizarlo, pero el hecho de que el cuero no tocase mi carne lo hacía más duro todavía. Durante toda mi infancia he tenido un miedo horrible. Miedo a lo que sentiría mi piel al entrar en contacto con el cuero. Miedo a que, una vez que lo utilizara, decidiese que era un buen método de enseñanza. Miedo a lo que utilizaría después… Pero ese día nunca llegó. Jamás sabré si se debió a lo que le dije aquel día o si nunca había tenido intención de utilizarlo, pero la cuestión es que viví toda mi infancia asustado por nada. Aquella mañana marcó para siempre el resto de mi vida, la mañana que me convirtió en lo que ahora soy, la mañana en la que murió el miedo de mi interior y comenzó el nacimiento de mi indiferencia. Tenía catorce años y derramé un poco de leche en la mesa al desayunar, mi padre puso esa furio