Liberada

Miré sus vidriosos ojos. Se notaba que había estado toda la noche llorando. Acaricié su mejilla con mi dedo índice rozando el lugar donde le había salido el moratón. Seguí acariciando su cara bordeando los lugares en los que había algún tipo de marca o señal. Me acerqué y besé sus hermosos labios notando un ligero sabor a sangre seca. Le cogí de la mano al tiempo que nuestros ojos se volvían a encontrar. «No sé por qué lloras, sabes de sobra que te lo merecías». Observé sus ojos. Había estado toda la noche pensando en la mejor forma de poder hacerlo mientras lloraba de rabia por todos los años convertidos ya en simple pasado. Noté un estremecimiento en mi cuerpo mientras me comenzó a acariciar la cara con su dedo, ese maldito dedo con el que tantas veces me señaló. Dejé que me besara y, por primera vez, noté algo diferente. Se despegó de mi boca al tiempo que me sostenía de nuevo la mirada. No sé muy bien lo que me dijo, pero asentí. Sabía que en aquel momento debía asentir y lueg