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Mostrando entradas de octubre, 2017

Liberada

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Miré sus vidriosos ojos. Se notaba que había estado toda la noche llorando. Acaricié su mejilla con mi dedo índice rozando el lugar donde le había salido el moratón. Seguí acariciando su cara bordeando los lugares en los que había algún tipo de marca o señal. Me acerqué y besé sus hermosos labios notando un ligero sabor a sangre seca. Le cogí de la mano al tiempo que nuestros ojos se volvían a encontrar. «No sé por qué lloras, sabes de sobra que te lo merecías». Observé sus ojos. Había estado toda la noche pensando en la mejor forma de poder hacerlo mientras lloraba de rabia por todos los años convertidos ya en simple pasado. Noté un estremecimiento en mi cuerpo mientras me comenzó a acariciar la cara con su dedo, ese maldito dedo con el que tantas veces me señaló. Dejé que me besara y, por primera vez, noté algo diferente. Se despegó de mi boca al tiempo que me sostenía de nuevo la mirada. No sé muy bien lo que me dijo, pero asentí. Sabía que en aquel momento debía asentir y lueg

Ansiedad

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Comencé a respirar de forma entrecortada al tiempo que las lágrimas resbalaban por mi rostro. La opresión en el pecho y el estómago era tan grande que parecía estar a punto de explotar hacia dentro, intenté serenarme, pero eso solo consiguió hacer que me costase más respirar y que las lágrimas salieran, entonces, a borbotones. No podía más, me encogí en el suelo e intenté gritar, pero no conseguía tener el suficiente aire en los pulmones para poder hacerlo. Alcancé a ver de reojo la foto de mis padres colgada en la pared: «Ya no estáis aquí para ayudarme». Ese recuerdo hizo que se nublase mi vista a causa de la falta de oxígeno, necesitaba respirar. El aire que entraba desde el balcón de mi ático parecía pasar de largo por mi cuerpo, ni siquiera conseguía rozar la piel. No podía seguir así. Esa habría sido la única frase que habría dejado escrita en la nota si mi mente hubiese querido escribirla antes de saltar al vacío. Este relato está incluido en el libro "El mes más

Sedentario

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El meteórico ascenso que ha tenido la edad en mi cuerpo es directamente proporcional al descenso que han tenido mis reflejos y mi forma física, pero… ¿qué comenzó antes?, ¿me fui haciendo mayor a medida que cumplía años o cumplía años a medida que me hacía mayor? Normalmente, casi todo el mundo diría que la edad es la culpable de todo, incluso de encontrarme ahora en esta silla que me permite continuar teniendo algún tipo de libertad en mis movimientos, aunque ciertamente no tanta como me gustaría. Sí…, la edad. La edad debe de ser la culpable de que me duelan todas las articulaciones cuando intento levantarme, pero lo cierto es que dejé de ejercitar mi cuerpo mucho antes de que el dolor comenzara, dejé de ejercitar mi mente mucho antes de que comenzaran las pérdidas de memoria, dejé de ejercitar mis ojos mucho antes de comenzar a perder la vista. Ahora, a mis ochenta años, recuerdo cómo mis padres me advertían del peligro del sedentarismo. Un peligro que nadie compara con fumar o