Sonó la campana

La campana sonó sin eco. Las palabras del anciano sacerdote rebotaban silenciosas en los antiguos muros de la iglesia. Carentes de emoción, carentes de sentido. No podría asegurar si duró un suspiro o una eternidad, el tiempo giraba en ambos sentidos, restando valor a los segundos que ya se habían malgastado. No sé si mis pies se arrastraron hacia la puerta o simplemente levité unos milímetros, lo justo para salir sin tener que alzar las suelas de la antigua baldosa en la que estaban apoyadas. En el exterior, una cegadora luz que atravesaba las finas nubes me impedía ver a quienes deslizaban las palmas de sus manos sobre mis hombros, a quienes me susurraban palabras que eran absorbidas por el aire antes de llegar al pequeño martillo que se había quedado sin mango en mi joven oído. Sujetaron mi cuerpo en el mismo momento en que la suave energía que lo mantenía erguido decidió desvanecerse por completo. Su silueta se dibujó como una suave sombra en la oscuridad. La campana sonó de nuevo. Todos la escucharon.



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