Un último recuerdo

Aunque tenía puestos los cascos, pude escuchar, como tantas otras veces, los gritos que provenían del salón, aunque esta vez parecía ser distinto, los dos tenían elevado el tono de voz. Me sorprendió bastante, pues estaba acostumbrada a escuchar una voz muy elevada y otra apenas audible. Tantos años de insultos y vejaciones diarias…, parece que por fin había decidido plantarle cara. Olvidé la música y pegué mi oído a la puerta, tenía miedo de lo que pudiera pasar. Comencé a escuchar un cruce de acusaciones cada vez más altas y, de repente, escuché una fuerte bofetada seguida de un largo silencio. Escuché un portazo y me asomé a la ventana. Mi padre atravesó el porche para subirse al coche e irse, seguramente, a cualquier bar en el que pudiera emborracharse para sentirse más hombre. Abrí despacio la puerta y vi a mi madre en el centro del pasillo. Se frotaba la palma de la mano con una sonrisa triunfadora en la cara. Me asomé de nuevo a la ventana y vi a mi padre, con el coche todavía arrancado, llorando sobre el volante. Esa bofetada fue la gota que colmó el vaso. Alzó la mirada y me vio en la ventana. Aunque no dijo nada, sus ojos me pedían perdón por dejarme sola con ella. Aunque no dijo nada, yo supe que no podía resistir más los insultos y amenazas de mi madre. Cuando cerré la cortina, supe que jamás volvería. Es el último recuerdo que tengo de mi padre.

Este relato está incluido en el libro "El mes más largo solo tiene 31 días" https://www.agulleiro.es


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