Opinión y convivencia
PARTE 1
Llegó
cansado de trabajar. Comimos, le obligué a tumbarse en el sofá y le hice un
masaje en los pies. Trabajaba tantas horas… Se quedó dormido en menos de diez
minutos, le di un beso y me fui a recoger la cocina, luego, colgué la ropa en
el tendedero y, finalmente, le di un barrido general a toda la casa. Cuando
terminé acaricié lentamente su cara para despertarlo, tenía que volver a la
fábrica.
Me
desperté con una caricia de mi mujer en la cara. Vi que, como de costumbre,
había limpiado toda la casa mientras yo dormía. Sonreí y moví la cabeza a ambos
lados, le había dicho mil veces que era una tontería limpiar sobre lo que ya
estaba limpio. No teníamos hijos, podíamos hacer las tareas del hogar los dos
juntos por la noche o el fin de semana. La besé sonriendo y negando con la cabeza
de nuevo, sabiendo que daba igual lo que le dijera. Mañana por la tarde
volvería a barrer toda la casa sin haber entrado ni una mota de polvo en la
mayoría de las habitaciones. Eso sí, no le sobraba tiempo por la mañana para
ponerse a fregar…
Vi
a mis vecinos a través de la enorme cristalera de su salón. Allí estaba él,
tirado en el sofá, obligando a su mujer a hacerle un masaje en los pies. Ahora
se dormiría, como siempre, para que ella se levantase y se dedicara a hacer
todas las labores del hogar. En pleno siglo xxi… Ella todo el día como una esclava para que él pueda
estar ahí, sin hacer nada. Encima, ahora se levanta y tiene la desfachatez de
negar con la cabeza a modo de reproche. ¿Qué habrá hecho la pobre mujer?,
¿olvidarse de quitar el polvo al mando de la tele? ¡A lo mejor es porque lo
tenías tú en la mano, maldito gorila!
PARTE 2
Llegué
a casa cansado de trabajar y vi a mi mujer sentada en el salón leyendo un
libro, miré la cocina y vi que estaba sin recoger. Pensé en decirle algo, pero
decidí morderme la lengua. «¡Joder, todo el santo día en casa y no había tenido
ni cinco minutos para recoger los cacharros!». Tardé poco más de cinco minutos
en colocar las cosas en el lavavajillas y darle al maldito botón de encendido.
Luego pasé una escoba por encima para barrer todo lo que habían tirado los
niños y me senté en el sofá a su lado.
Se
sentó a mi lado y le cogí la mano, estaba exhausta después de pasar todo el día
con los niños de un lado para otro. Son maravillosos, pero tres niños pequeños
pueden acabar desquiciando a cualquiera: corriendo todo el día sin parar,
tirando cosas por el aire, peleándose entre ellos…, menos mal que ahora se han
dormido un poco la siesta. Entiendo que él viene cansado de trabajar; pero, al
fin y al cabo, trabaja hasta las dos de la tarde y come en el restaurante para
que no lo molesten los niños. Ahora se dormirá la siesta, justo cuando se
despierten ellos, y me tocará estar toda la tarde sin que nadie me eche una
mano, creo que no le costaría demasiado ayudarme un poco más…
Vi
a mis vecinos de enfrente, esos sí que eran una pareja normal. Él acababa de
llegar del banco y lo primero que hizo, antes siquiera de sacarse la chaqueta,
fue ir a la cocina, recoger todo lo que estaba en la encimera, barrer el suelo
y luego sentarse al lado de su mujer agarrándole la mano. Era una pareja
realmente ejemplar.
PARTE 3
Recogí
toda la ropa sucia que mi hijo había dejado tirada por el salón, luego guardé
la ropa del tendedero, puse otra lavadora, recogí los platos que había dejado
en la cocina y fregué la vitrocerámica, que se había quedado hecha un desastre
después de que hoy decidiera hacer él unos huevos fritos «para ayudarme». Luego miré el reloj y
fui a su habitación para avisarle de que esta tarde había quedado con su tío
para ayudarle a limpiar la piscina y le dejé dinero para gasolina. Creo que ni
me prestó atención. Como de costumbre, estaba espiando a los vecinos con unos
prismáticos.
Este relato está incluido en el libro "El mes más largo solo tiene 31 días" https://www.agulleiro.es
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