Dos vidas, dos muertes


La luz se filtró con timidez a través de los barrotes. Una lágrima resbaló por mi rostro. Mañana podría ver esa misma luz desde la ventana de mi habitación. Era la misma luz y, sin embargo, no podría encontrar ninguna similitud entre el brillo de ambas. Descolgué la foto de mi madre de la pared y la besé. «Juro que seré mejor persona, madre. No te volveré a defraudar».

Miré la foto de mi marido, era la misma foto que habíamos colocado en la esquela. Mi pobre marido, cuyo único delito en toda su vida había sido cumplir con su deber. Abracé el marco de la foto hasta hacerme daño en los dedos. Ese maldito crío iba a salir de la cárcel. Mi marido no volvería jamás.

Cogí de la entrada el abrigo de mi hijo. Estaba allí desde que lo arrestaron. Hacía frío, le haría falta para abrigarse al salir. Había cumplido su condena como un hombre. Ya le podía decir que lo perdonaba, me había prometido a mí misma no perdonarle antes de que lo hiciera la sociedad. Apagué la luz de la cocina y sonreí mirando la mesa. Por fin podríamos volver a comer juntos. Había comprado ingredientes como para invitar a todos los vecinos. Nada era demasiado para celebrar su vuelta.

Salí a la calle con los ojos entrecerrados a causa de la repentina luz. Allí estaba mi madre, tan guapa como siempre. Había traído mi abrigo. Sonreí y caminé hacia ella.

Fui a verle porque ya no me quedaba nada, la única persona a la que había amado se había ido para siempre, el único sentimiento que me movía en ese momento era el odio que sentía hacia ese asesino. Casi me doy la vuelta pensando que había podido arrepentirse, pero entonces lo vi sonreír. Estaba regodeándose de su pequeña condena. Puse la mano en mi bolso y saqué el revólver de mi marido, el revólver que él no usaría nunca más.

Los ojos se me anegaron de lágrimas al ver sonreír a mi hijo. Hacía años que no lo veía sonreír. Comencé a caminar hacia él. Había olvidado lo que se sentía al ser feliz.

Solo pude oír un disparo. Miré a la mujer que estaba unos metros detrás de mi madre, la mujer que hacía segundos era invisible ante mis ojos. A ella le dediqué las últimas palabras de mi vida: «Lo siento».


Vi cómo su madre se abalanzaba llorando sobre él. Lo había matado. Había acabado con la vida de otro ser humano. Su madre levantó la cabeza y me miró mientras la policía me detenía. Reconocí esa mirada, la reconocería en cualquier parte. Llevaba años viéndola en mi espejo.


Este relato está incluido en el libro "El mes más largo solo tiene 31 días" https://www.agulleiro.es


Comentarios

  1. Me encanta, lo que más me gustan de este tipo de relatos es que sabes ( por tu manera de escribir) que va a pasar algo sorprendente, y eso hace que estés deseando saber el que.
    Corto como siempre eso sí, espero un maxi relato.🤣

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  2. Prosa fluida y fresca para un tema inquietante. Muy bien llevado el suspense.
    Magníficas las distintas visiones del mismo hecho. Buen retrato psicológico digno de un relato más largo (Novela)

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