Liberada


Miré sus vidriosos ojos. Se notaba que había estado toda la noche llorando. Acaricié su mejilla con mi dedo índice rozando el lugar donde le había salido el moratón. Seguí acariciando su cara bordeando los lugares en los que había algún tipo de marca o señal. Me acerqué y besé sus hermosos labios notando un ligero sabor a sangre seca. Le cogí de la mano al tiempo que nuestros ojos se volvían a encontrar. «No sé por qué lloras, sabes de sobra que te lo merecías».
Observé sus ojos. Había estado toda la noche pensando en la mejor forma de poder hacerlo mientras lloraba de rabia por todos los años convertidos ya en simple pasado. Noté un estremecimiento en mi cuerpo mientras me comenzó a acariciar la cara con su dedo, ese maldito dedo con el que tantas veces me señaló. Dejé que me besara y, por primera vez, noté algo diferente. Se despegó de mi boca al tiempo que me sostenía de nuevo la mirada. No sé muy bien lo que me dijo, pero asentí. Sabía que en aquel momento debía asentir y luego esperar. Había esperado tanto… Se incorporó y, tal y como hacía siempre, fue a darse un baño. Bajé al sótano y volví a subir con todo lo necesario. Me puse mi mejor vestido y, después de preparar el escenario, solo tuve que esperar a que se abriese el telón.
Me levanté de la bañera y caminé hacia la habitación. No supe que el suelo estaba mojado hasta que sentí que mis pies no se secaban, la miré y vi que se estaba encendiendo un cigarro con mi mechero de gasolina. Por primera vez, me recorrió por todo el cuerpo una sensación totalmente desconocida para mí. Ella no fumaba.
Cuando vi que su mirada se había parado en el mechero, supe que era el momento. Lo sostuve durante unos segundos entre el dedo índice y el corazón y luego lo dejé caer en la moqueta. Pude observar cómo todo estallaba casi de golpe y su garganta comenzaba a gemir a modo de súplica. Súplicas que él nunca quiso escuchar.


Se acercó a mí con un vestido de gala mientras su casa se caía a trozos totalmente devorada por las llamas. Me miró a los ojos y, a través de los suyos, pude ver algo que pocas veces había visto: paz. Me cogió por la muñeca y guio mi mano hasta las esposas, luego la soltó y colocó sus manos juntas, frente a mí. «Lléveme, agente, soy libre».

Este relato está incluido en el libro "El mes más largo solo tiene 31 días" https://www.agulleiro.es


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